Malvinas Argentinas




Antecedentes históricos del conflicto bélico de 1982

El 2 de abril de 1982 la dictadura sorprendió con una noticia inesperada: una fuerza militar conjunta desembarcó en las cercanías de Port Stanley –al poco tiempo rebautizado como Puerto Argentino– y recuperó las islas Malvinas.

¿Cómo explicar la decisión de la Junta Militar de desembarcar en las islas Malvinas?
Una interpretación corriente sostiene que fue una tentativa de perpetuarse en el poder ante un desgaste cada vez más evidente.

Si bien esta interpretación es correcta, no explica por qué, de entre todas las políticas posibles para generar consenso, el gobierno de facto eligió ocupar las islas. Ni tampoco responde por qué optó por la alternativa militar del desembarco en lugar de apelar a otras formas posibles de recuperación.

Antes de responder estos interrogantes cabe dar cuenta del nivel de desgaste del gobierno militar después de cinco años en el poder. En 1981, el presidente de facto, Roberto Eduardo Viola, había intentado algunas medidas de apertura. Consideraba que eran tiempos de «cosechar los frutos» y suponía que ya se había «ganado la paz» y por eso, por ejemplo, sólo quedaban en funcionamiento dos centros clandestinos de detención (la ESMA y Campo de Mayo). Sin embargo la realidad era otra: caía la tasa de inversión, la inflación crecía, se producían devaluaciones y la recesión era evidente. La política económica comenzaba a mostrar sus efectos negativos, los intentos de control inflacionario y cambiario eran criticados por el establishment económico. Y las propias Fuerzas Armadas comenzaban a cuestionar al gobierno de Viola, ya que no sólo ponía en
peligro la credibilidad del gobierno, sino su continuidad.

En julio de 1981 se conformó la Multipartidaria, un espacio que incluía a los partidos políticos tradicionales cuyo objetivo era mantener un diálogo con la Junta en busca de la recuperación del Estado de derecho. Estaba conformada por la UCR (Unión Cívica Radical), el PJ (Partido Justicialista) y otras fuerzas de menor peso como el Movimiento de Integración y Desarrollo y el
Partido Intransigente.

Las denuncias de los organismos de Derechos Humanos, aunque tenían fuerza en el plano internacional, eran permanentemente arrinconadas por la dictadura. Las acciones de los familiares de las víctimas eran visibles, pero estaban confinadas a la Plaza de Mayo y a escasas intervenciones en la prensa. Las denuncias cobraron un impulso importante en 1980 cuando le otorgaron el Premio Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel del Servicio de Paz y Justicia, uno de los organismos de Derechos Humanos que reclamaban por los desaparecidos.

El movimiento obrero, por su parte, tras haber sido arrasado por la represión, se encontraba dividido en dos fuerzas: la CNT conducida por Jorge Triaca, de fuertes lazos con el gobierno militar, y la CGT Brasil, conducida por Saúl Ubaldini. El primer paro nacional se realizó en abril de 1979.
El 30 de marzo, tres días antes de que anunciaran el desembarco en Malvinas, la Confederación General del Trabajo (CGT) convocó a una concentración masiva en Plaza de Mayo para repudiar a la dictadura, pero no pudo llegar hasta la plaza y fue duramente reprimida. Hubo más de mil quinientos detenidos y muchos argentinos tuvieron oportunidad de entonar una consigna que cada vez comenzaba a escucharse con mayor frecuencia: «Se va a acabar/ se va a acabar/ la dictadura militar».

Pero, ¿por qué se apeló a la causa Malvinas para resolver el desgaste? Desde la implementación del golpe, una de las formas de generar consenso y legitimar el terror fue apelar al discurso nacionalista: apropiarse de los símbolos nacionales y describir al enemigo como un «agente externo» de la «infiltración marxista internacional ». Del repertorio de símbolos nacionales, la causa Malvinas había sido la que a lo largo del siglo más adhesiones había despertado entre las más diversas posturas políticas.


Y ¿por qué la opción elegida fue el desembarco?
En diciembre de 1981, cuando Viola fue reemplazado por Leopoldo Fortunato Galtieri, Comandante en Jefe del Ejército, se supo que el cambio había sido producto de un acuerdo con el almirante Jorge Isaac Anaya, que incluía el apoyo del Ejército para la recuperación de la soberanía argentina en las islas Malvinas, un objetivo que los marinos venían desarrollando desde 1950.
A mediados de diciembre de 1981, Galtieri dio instrucciones a su canciller para que iniciara una fuerte campaña diplomática para la recuperación de las islas, mientras un grupo reducido de oficiales planificaba la opción militar. Si las gestiones diplomáticas no prosperaban, entonces el operativo militar debía hacerse de manera sorpresiva para producir un acontecimiento que
torciera la negociación. En estas especulaciones nunca fue contemplada la posible respuesta militar británica. Las acciones debían llevarse adelante durante 1982, ya que el 3 de enero de 1983 se cumplirían los 150 años de la ocupación británica.
El 16 de marzo de 1982 en Puerto Leith, en las islas Georgias del Sur, sucedió una anécdota que tuvo que ver con la escalada del conflicto: un grupo de obreros argentinos que había sido trasladado allí para desmontar las instalaciones de un astillero realizó un gesto provocador, izó la bandera nacional y realizó unos disparos al aire. Los integrantes del British Antartic Survey ordenaron arriar la bandera e informaron del hecho al gobernador de las Malvinas, Rex Hunt, quien le pidió a su gobierno la expulsión de los obreros. Gran Bretaña exigió que los empleados de Constantino Davidoff, el empresario argentino a cargo de las tareas en el astillero, se retiraran.
Ante la amenaza británica de actuar por la fuerza, un grupo comando argentino, «Los Lagartos», conducidos por Alfredo Astiz –integrante de los grupos de tareas de la ESMA– desembarcó en las islas para defender a los obreros argentinos. Y lo hizo en una fecha simbólica, el 24 de marzo de 1982, el día del aniversario del golpe.
Entre el 20 y el 26 de marzo se produjo una escalada en el conflicto: Margaret Thatcher autorizó el
Envío del buque «Endurance» a las Georgias con el fin de desarmar a la dotación argentina, lo que provocó que la Junta Militar se decidiera por lanzar la operación del desembarco en las islas. Si bien parece haber sido Anaya quien más firmemente impulsó esta decisión, no hay registro de oposición por parte del resto de los comandantes. Esta medida se tomó el 26 de marzo, días antes de la movilización de la CGT. El desembarco en las islas, finalmente, se produjo el 2 de abril.

Existen buenos motivos para creer que, originalmente, el objetivo de la operación argentina era causar la expulsión de la guarnición británica y forzar al gobierno de ese país a negociar la soberanía de las islas. Sin embargo, esta intención revela una pobrísima lectura por parte de la Junta Militar de las relaciones de fuerzas de ambos países. Los éxitos iniciales de las primeras
maniobras y las movilizaciones masivas de apoyo a la recuperación de las islas provocaron, entre otras razones, la decisión de convertir al desembarco en el primer episodio de la guerra de Malvinas. En líneas generales, la población apoyó la recuperación. Hubo movilizaciones espontáneas y otras organizadas en diferentes lugares del país. Este apoyo se concentró, sobre todo, en la figura del grueso de los soldados que estaban siendo enviados a Malvinas: los conscriptos de las clases 62 y 63, muchachos de entre 18 y 19 años, bautizados tempranamente como «los chicos de la guerra». Se empaquetaron y enviaron donaciones y los niños y los adolescentes enviaron cartas de apoyo, desde las escuelas, dirigidas a un genérico «Soldado Argentino».
El apoyo a la operación en Malvinas no implicaba necesariamente un apoyo a los jefes militares, para muchos argentinos, incluso para quienes habían sido víctimas de la represión militar y se encontraban en el exilio, Malvinas significaba un símbolo de despojo imperialista y, por ende, una causa justa. Para muchos de ellos, como para varias generaciones precedentes, recuperar las Malvinas era un punto de partida para recuperar la nación.
Sin embargo, a medida que trascurría la guerra y las afirmaciones triunfalistas que transmitían los medios de comunicación se tornaban insostenibles, el clima favorable a la ocupación de las islas devino en incertidumbre y, con la rendición final de las tropas argentinas en junio de 1982, esa incertidumbre se transformó en bronca colectiva.

La guerra de Malvinas duró setenta y cuatro días. En ella murieron 649 soldados argentinos (323 en el hundimiento del buque Gral. Belgrano y 326 en combate en las islas) y 285 británicos; los heridos superaron los mil para el caso argentino y setecientos en el británico

Ministerio de Educación de la Nación. Pensar la dictadura: terrorismo de Estado en Argentina. págs. 117-119. 2010
                                                                                                    



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